Hablar de Queso Helado equivale a evocar el delicioso sabor arequipeño, y en Mollendo, no podía ser de otra manera. En el alba del siglo XX, específicamente en 1900, emerge en Mollendo don Nicolás Mendoza junto a su esposa, doña María Marreros, provenientes de Arequipa. Su llegada se encuentra motivada por las inmensas oportunidades generadas por el desarrollo portuario que estaba experimentando Mollendo en ese momento.

Esta decidida pareja llegaba con la firme intención de establecer un negocio singular: la elaboración y venta de un producto dulce elaborado a partir de leche fresca, destinado a los estibadores del muelle. Con el tiempo, su emprendimiento se reveló como sumamente rentable. En sus inicios, comercializaban sus productos en las inmediaciones de La Recova (Mercado San José), y posteriormente lograron ingresar a sus instalaciones. Este mercado, construido completamente de madera con rejillas que proporcionaban una amplia ventilación, lucía un característico color rojo.

En la década de los treinta, el mercado experimentó una transformación significativa con una nueva infraestructura de concreto. En este contexto, asumieron el negocio los descendientes del matrimonio Mendoza-Marreros. Hacia mediados de los años cincuenta, doña Petronila Marreros de Rodríguez tomó las riendas del emprendimiento, que para entonces ya era reconocido como "queso helado". Desde 1998, sus hijas, Lucía Rodríguez de Baylón y Antuca Rodríguez Marreros, han gestionado el producto de manera continua hasta la fecha. No obstante, los nietos de doña Petronila, cariñosamente conocida como doña Petita, también han desempeñado un papel fundamental en el legado familiar. En la actualidad, es su hijo Ramiro Baylón Rodríguez quien lleva adelante con orgullo la tradición, representando la quinta generación y asegurando la continuidad de esta invaluable herencia.

A lo largo del tiempo, el queso helado ha conservado su arraigo en Mollendo, y su distintivo sabor presenta una variante única respecto al Queso Helado Arequipeño, una experiencia que todo visitante debería experimentar. Este dulce no solo forma parte de la tradición local, sino que también contribuye a forjar la identidad de la comunidad. Su preparación y presentación mantienen su peculiaridad, destacándose como una delicia artesanal que se disfruta durante todo el año. Con más de un siglo de historia, este apetitoso dulce ha conquistado los exigentes paladares tanto de los residentes mollendinos como de aquellos que lo visitan.